¿Qué harías exactamente si lo que voy a contarte sucediera en un sótano?

Hoy tengo que contarles algo que me pasó durante la última revisión a la que asistí. Lo cuento porque se me ha quedado en el estómago y creo que hay que saberlo para entender que, a veces, el mundo del vino es un mundo de mierda.

Y así: tras las catas matutinas, los periodistas y blogueros se abanican entre las bodegas de la comarca para el contacto directo con los productores.

Elijo ir a una de las bodegas emblemáticas porque quiero conocer al productor de uno de los mejores vinos que existen.

Después de casi 45 minutos en auto, llegamos a la bodega y nos recibe el esposo de la dueña: con nosotros también hay un paraperiodista, un periodista y otras dos personas.

El chico nos hace sentar en los sillones rojos de una pequeña oficina y comienza a contarnos la historia de la bodega.
Se inicia desde principios de siglo con sus abuelos quienes cultivan viñedos y comercializan vino a granel. En los años 60 se da el punto de inflexión con sus padres quienes embotellan los vinos dando un giro al comercio e incluso cambiando la economía de la zona.

En los años 70 él, heredero de tal linaje, se casó con esta mujer y la hizo entrar en la bodega y viñedos como un acto de amor.

«Acto de amor», dijo así.

El resto de la historia se centrará en su habilidad como comerciante, su habilidad como agricultor y su visión como empresario que promueve los consorcios y el comercio.

Durante dos horas muy largas. (18-20, excluyendo viajes).

Lo juro, nunca había visto un ego tan grande en mi vida: dos horas hablando de sí mismo y de lo bueno que era.

¿Y en todo este tiempo dónde estuvo el productor-icono? En casa, arriba, preparando la cena. Apenas se despidió de nosotros, miró hacia abajo y se alejó.
Luchó por hablar y estaba claro que ella, allí dentro, no contaba para nada.

¿Cómo estaba el vino, preguntas? No sé, o mejor dicho, esa noche no bebimos nada durante dos horas muy largas. Solo se planeó una pequeña degustación durante una cena en el restaurante a la que no asistí porque tenía reservas en otro lugar.

Solo habla y cepilla el ego de este patán sin límites.

Nos trasladamos a la bodega para una breve visita antes de partir y, en un momento, el Sr. Ego posa cerca de las barricas y gorjea algo así como «¿puedes tomarme fotos?».

Después sale a la calle y con un silbido de pastor muy elegante llama a la víctima y le ordena que baje al yerno que tendrá que acompañarnos.

Ella, la víctima, ni siquiera bajará a despedirse.

Y esta fue mi visita. Tres horas de vida perdidas que quisiera recuperar.

NB: publicación inspirada en hechos reales.

Ps: cualquier comentario con referencias implícitas o explícitas será borrado, de lo contrario habríamos hecho el nombre.




Deja un comentario